Discriminada en Indonesia

Discriminada en Indonesia

Todo iba viento en popa. Me sentía completamente llena de felicidad. Extasiada incluso por visitar Indonesia. Estaba viviendo un viaje con el que había soñado y estaba fluyendo sin contratiempo alguno.

Era el tercer día del retiro de bienestar al que había asistido en Bali, y ese día la actividad era cocinar una auténtica cena balinesa en casa de una familia. Llegamos y fuimos las primeras del grupo. Veníamos de hacer compras y hacía muchísimo calor. Buscamos una sombra y nos sentamos en el piso, que es una práctica común allá, mientras tomábamos agua.

Había pasado por miles de casas como esa en el transcurso de mis pocos días en Bali, y desde afuera todas se parecían; un arco en la entrada, con una puerta labrada a mano, muy trabajada. Al cruzar el arco, hay tres construcciones con techos tradicionales alrededor de un patio abierto que tiene en el piso un círculo que marca los puntos cardinales, ya que una casa tradicional balinesa está orientada alrededor de su propio templo, construido siempre con dirección al noreste.

La primera construcción que vimos de frente era un espacio para reunirse en conjunto con la habitación de los hijos; a su derecha la habitación de los padres o jefes de familia, que se hereda por generaciones, a su derecha las escaleras para subir al templo, y cerca de la entrada está el lugar destinado a celebraciones y ceremonias como bodas, funerales, etc.

Nos recibió una señora con vestuario tradicional balinés –con una falda/pareo estampado y una blusa de encaje en colores vivos–, quien además era la matriarca de la familia y la famosa cocinera que nos guiaría en la actividad de esa tarde. Ella nos explicó cómo estaba compuesta la casa y nos ofreció subir a conocer el templo. Al decirle que sí, sacaron una caja de pareos y nos colocaron uno a cada quién por encima de nuestra ropa porque, aunque lleváramos falda, era parte de lo requerido. 

El templo es un espacio abierto con varias construcciones altas con los mismos techos tradicionales y muchas figuras labradas en piedra. Desde animales hasta dioses, demonios y otros elementos de la religión del Hinduismo Balinés, que combina el hinduismo con el animalismo. 

Antes de subir, nos preguntó a todas si no teníamos la regla, porque en caso de que sí, no estaba permitido que entraran a los templos, ya que se consideraban sucias e impuras, y ella tendría que hacer una limpieza energética que le tomaría mucho tiempo si alguna ensuciara su templo así. Todas contestamos que no, sintiéndonos, la verdad, un poco raras con ese impedimento.

Conocimos, nos tomamos fotos y finalmente empezamos a cocinar. Fue una tarde divertida y amena, con un atardecer en tonos morados que cerró de maravilla el día.

Al llegar al hotel, tomamos algo y nos fuimos a dormir. Antes de acostarme fui al baño y me encontré con una pequeña mancha rosada en el papel de baño. Asumí que sería por alguna de las coloridas frutas y verduras que nos habían estado dando de comer y me fui a dormir.

Al día siguiente, desperté con la sorpresa de que mi periodo se había adelantado cuatro días. Ese día nos tocaba ir a la playa y estuve casi todo el día pensando en esto. Refunfuñando y enojada, preguntándome por qué me había pasado esto a mí justo en Bali.

Me sentía muy enojada, principalmente porque me perdería la visita del día siguiente a un templo al cual tenía muchas ganas de ir, con fuentes purificadoras. Pero había algo más… 

Estaba furiosa con el sistema, con la forma de pensar tan retrograda y discriminatoria siempre hacia las mujeres o los grupos minoritarios. Me enojaba que pudieran decirte que NO por algo sobre lo que no tienes control alguno. Algo que es tan natural que es parte crucial del proceso de reproducirse como espacie y dar vida. Me tenía consternada que se creyera que una mujer era impura una vez al mes a causa de un proceso natural de su cuerpo que ella misma no podría evitar a menos que estuviera embarazada o lactando. No entendía cómo, una religión que alaba a la naturaleza y a los animales, no se daba cuenta de que era ese proceso del sistema reproductor femenino lo que hacía al ser humano seguir existiendo.

Claro, yo quería ir al templo y me dio tristeza y coraje no poder, pero soy un adulto que puede entender cuando algo no se puede hacer. Mi incapacidad de calmar mi enojo en este caso se debía más al hecho de que yo estaba siendo discriminada por ser mujer. 

Así de simple: yo no podría entrar a ningún templo de Bali mientras tuviera la regla.

Y eso es discriminación.

No sólo hacia mí, turista, que quiere conocer los sitios de atracción por los que fue a dicho destino. Sino hacia todas las mujeres balinesas que no pueden ir a sus propios templos en los días que su cuerpo está pasando por un proceso natural que por alguna razón es considerado sucio e impuro; incluso eso les permite privarles la entrada a ceremonias que seguramente son importantes para ellas. Las dejan fuera de reuniones familiares o con amigos de las que son parte. Además de que, por cuatro o cinco días al mes, no pueden rezar en el templo; una práctica que hacen dos o tres veces al día en su cultura y que es parte de ellas también.

Y eso es discriminación.

Porque están dejando fuera a personas que quieren ser parte de la comunidad a causa de algo que no depende de ellas cambiar.

Porque las hacen sentir realmente sucias e impuras, cuando no tiene por qué ser así.

Porque tener tu periodo es tan natural como ir al baño y la higiene de cada quien con respecto a su cuerpo depende más de la educación que tuviste y de los recursos a los cuáles tienes acceso, como agua, baños, toallas femeninas, etc. y no por la creencia de que a los dioses podría de algún modo molestarles que una mujer esté viviendo un proceso del cual depende la especie.

Y por eso era mi enojo desproporcionado, mi furia contenida y las ganas de gritarlo al jefe balinés que se dejara. Porque me sentía francamente discriminada.

Sé que este artículo no podrá cambiar la cultura de Bali, Indonesia, ni tiene la intención de hacerlo. Estas palabras a lo que invitan es a preguntarnos, muy personalmente y desde el lugar que se encuentra cada quien: ¿Yo discrimino por cuestiones ajenas a la persona? Es decir, ¿le cierro la entrada a mi corazón/hogar/templo a personas que son como son sin haberlo elegido? ¿He hecho comentarios discriminatorios con respecto al color de piel de alguien? ¿A la forma de su nariz, sus ojos, su boca? ¿A la altura de su cuerpo o el tamaño de sus caderas o barriga? 

¿Alguna vez he asumido que alguien podría asaltarme por su aspecto? ¿Alguna vez he decidido que es bueno o malo por lo que me dijeron cuando era niño que era bueno o malo? 

¿Has considerado que la comunidad LGBTQ+ “exagera” cuando pide que se le trate de la misma forma que a todos los demás miembros de la ciudadanía? 

¿Crees de verdad que las mujeres en este país y en muchos otros como Indonesia son tratadas y tienen las mismas oportunidades que los hombres?

¿Estás bien con que haya grupos de personas que se sienten DISCRIMINADOS por el gobierno, por la religión, por sociedades, POR TI?

¿Y QUÉ VAS A HACER CON ESTO? Está en manos de cada quien NO volver a discriminar a nadie por una razón tan básica y natural como es su cuerpo. Sus preferencias. Sus elecciones. 

Y así, uno a uno podemos ir sumando a la inclusión, restando a la discriminación y quizá un día llegue hasta Bali, donde se vuelvan a cuestionar si los dioses que, en teoría crearon al ser humano y por lo tanto a las mamíferas de todas las especies, incluyendo a las mujeres, considerarían impuro este proceso natural e innato. 

 

Por Begoña Sieiro H.L.

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