Celebrando los 158 años de la Batalla de Puebla

Celebrando los 158 años de la Batalla de Puebla

05 mayo.- Dicen que el joven  Ignacio Zaragoza era muy disciplinado y que lo único que le molestó realmente en su vida fue ser corto de vista. Pero era también uno de esos hombres que no se detenía en las minucias y pensaba que había asuntos mucho más importantes y ojalá todo fuera como ir al oculista y ponerse anteojos. 

Había nacido en 1829 en la Bahía del Espíritu Santo, en Texas, cuando este territorio todavía pertenecía a México y era una tierra casi mágica, pero desierta, tuvo que mudarse a tierra adentro para educarse. Fue así como los primeros estudios los hizo en Matamoros,Tamaulipas, y después se fue al Seminario de Monterrey, atendiendo los deseos de su familia de dedicarse a la iglesia. Pero ya sabía que no iba a haber manera. Creía en Dios, cierto. Era profundamente religioso y, sin embargo, por más que lo intentaba, no se sentía inclinado hacia el sacerdocio. La familia sufrió mucho, sobre todo su madre, pero a los 17 años,  puso punto final a tanto rezo y se alistó en la Guardia Nacional. Su verdadera vocación, y de aquello estaba muy seguro, era la vida militar.

Su momento llegó en la Guerra de Reforma. Zaragoza, apasionado por la causa liberal y finísimo estratega, había derrotado a las fuerzas de Tomás Mejía; se unió al general Jesús González Ortega en Irapuato; fue nombrado responsable del ejército en Guanajuato; luego venció a Miguel Miramón en Silao, y a Leonardo Márquez en las Lomas de Calderón. Pero la batalla decisiva se acercaba: el invasor ejército francés al cual se le habían unido los conservadores, al mando del general Lorencez, amenazaba con un gran combate, asegurando que  comandaba la fuerza militar más poderosa del mundo y se burlándose de los mexicanos. Zaragoza contaba con 7 mil hombres.

Fue el 3 de mayo de 1862 cuando decidió instalarse en Puebla. Ese mismo día, Zaragoza mandó a sus hombres fortificar los cerros de Guadalupe y Loreto y  el día 4, al frente del ejército francés avanzó para disponer su posición de ataque.

Al amanecer del 5 de mayo de 1862, Zaragoza, sabiendo que su ejército estaba en desventaja, tanto en disciplina como en armamento, aprovechó el arrojo de sus hombres y les dijo su primera frase célebre: «Nuestros enemigos son los primeros ciudadanos del mundo, pero vosotros sois los primeros hijos de México y os quieren arrebatar vuestra patria». Dispuso que el general Miguel Negrete dirigiera la defensa por la izquierda; al general Felipe Berriozábal por la derecha y dijo a Porfirio Díaz que permaneciera junto a él.

La lucha no se decidía, las horas corrían veloces y Zaragoza, decidido, dio la orden de enfrentarse cuerpo a cuerpo con el enemigo seguido de todo su ejército. Después de tres asaltos consecutivos de las fuerzas francesas la suerte estaba echada:  el ejército republicano del presidente Juárez había derrotado totalmente a los invasores y los franceses y conservadores, muy disciplinados y armados, emprendieron la retirada cobardemente. El general Zaragoza gritaba: «¡Tras ellos, a perseguirlos, el triunfo es nuestro!”.

El combate del 5 de mayo, que había iniciado un poco antes de las doce del día; celebró el triunfo temprano. Serían las cuatro de la tarde, cuando se acabó el copioso aguacero, cuando los repiques a vuelo de los principales templos comenzaron a sonar. Cuentan que las crónicas que “vítores que recorrían las calles atronaban el espacio con las explosiones del entusiasmo más puro, y que había alegres toques marciales de las músicas [sic] y las dianas, anunciaban a la ciudad alborozada, la retirada definitiva de los franceses y el triunfo espléndido del ejército mexicano”

Personas de todas clases y condiciones salieron a las calles a participar del regocijo público y llenaron con su presencia la Plaza de Armas, donde el general Zaragoza, “rebozando entusiasmo y júbilo, recibía plácemes, aplausos y felicitaciones: grupos de tropa, provenientes del teatro del combate, conducían prisioneros a varios zuavos y a varios cazadores de Vincennes, en medio de la multitud, que ebria de gozo, se agolpaba a verlos pasar, prorrumpiendo en frenéticos vivas a la patria, al Ejército republicano, a Juárez y a la heroica Puebla.”

Ignacio Zaragoza, el héroe de la jornada, dijo sentidas palabras y le mandó un telegrama al presidente Juárez que a la letra decía: «El ejército francés se ha batido con mucha bizarría: su general en jefe se ha portado con torpeza en el ataque. Las armas nacionales se han cubierto de gloria; puedo afirmar con orgullo, que ni un solo momento volvió la espalda al enemigo el ejército mexicano, durante la larga lucha que sostuvo.»

El triunfo había sido significativo y el joven general en jefe había asegurado su lugar en la Gloria.  Pero el destino solo le otorgó 4 meses para paladear las mieles de la victoria. Víctima de tifo, Ignacio Zaragoza murió el 8 de septiembre de 1862. Tenía 33 años.

Encuentra la nota original en El Economista.

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