Opinión: Defender la verdad… de la verdad

Opinión: Defender la verdad… de la verdad

Con información Original de Excélsior 

Ciudad de México 25 Febrero.- En política la reputación es valiosa. La trayectoria se relaciona con la imagen; cuidarla constituye un prurito legítimo. No obstante, pocos han gestionado con trasparencia su carrera; la mayoría se promueve a través de representaciones falsas. Con la globalización y el creciente acceso a las nuevas tecnologías de comunicación, la proclividad a mentir genera una vertiginosa construcción de argumentos, evidencias o afirmaciones proyectadas como veraces sin mayor sustento que la palabra.

Es interminable la relación de contenidos engañosos en tres vertientes: actos públicos, medios de comunicación y redes sociales.

Líderes y militantes partidistas, legisladores y servidores públicos tienen entre sus metas abrirse campo en la opinión pública, particularmente en el ágora virtual. Aseguran, proclaman, exponen y comunican en cuanto foro les resulta posible, pero eso sí: sin interés alguno para probar ni demostrar nada.

Por ello, la verdad política está configurando escenarios emergentes ante la crisis de credibilidad que hoy enfrentamos. Está en marcha una transformación cultural profunda porque en lugar de construir certezas la “verdad” está sembrando dudas. Cada día cuesta más a los políticos y a los funcionarios del Estado convencer. La verdad ha perdido su peso histórico. No obstante, se lucha por ella. Incluso se mata.

DETECTAR LA MENTIRA

La lucha por el poder en México, pero prácticamente en toda América Latina, resiente la erosión pero sobre todo el manoseo de la “verdad”. Durante 2018 se renovaron autoridades en varios países de la región a través de comicios donde la falsedad jugó un papel determinante; las campañas se montaron sobre estrategias de manipulación electoral para convencer con base en mentiras.

En diversas contiendas presidenciales “la verdad” política se multiplicó y vició; cada candidato y cada partido buscaron el sufragio a partir de discursos y promesas marcadas por el exceso de verdad no probada, pero de elevado impacto mediático, que constituyen ejemplos contundentes de la creciente fabricación de verdades a modo.

En Venezuela, la dimensión de “lo real” alcanzó niveles de verdadero cinismo en el presidente Nicolás Maduro, quien se mantuvo firme en su ya acumulado propósito de querer convencer a la opinión pública internacional de una inverosímil estabilidad en esa nación, gobernada a la sombra de su hiperinflación, el desabasto de productos y servicios básicos, las restricciones a la libertad de expresión y la persecución de opositores, contexto que ha generado el éxodo de más de cuatro millones de personas.

En la Venezuela contemporánea el registro de falsedades es amplio y está documentado con múltiples hechos. Uno particularmente trascendente fue la acusación hecha por Maduro en contra del, en ese momento, presidente colombiano, Juan Manuel Santos, de haber orquestado un “atentado” el 4 de agosto, durante la ceremonia de conmemoración de los 81 años de la Guardia Nacional Bolivariana. En ese “complot” identificó también al diputado opositor Juan Requesens y al líder opositor Julio Borges, de haber promovido dicho plan para asesinarlo. Sus aseveraciones no han sido probadas.

Distintos medios regionales dieron seguimiento al caso para luego constatar que el supuesto ataque con drones fue parte de una escenografía del mandatario para victimizarse. Meses antes, el domingo 20 de mayo, Maduro escenificó otra farsa durante las elecciones en las que se reeligió.

Obtuvo, de acuerdo a datos oficiales, 5.8 millones de sufragios contra un millón 800 mil del opositor Henri Falcón, quien jugó a competir durante esta simulación y permitió a Maduro declarar: “volvimos a ganar, volvimos a triunfar. Somos la fuerza de la historia convertida en victoria popular permanente”. En Colombia, la prensa reportó infinidad de mentiras durante las campañas electorales. A través del “Detector de Mentiras” del portal La Silla Vacía se constató que la lucha por el poder se valió de falsedades y alteración de sucesos presentados como verdaderos.

El “Detector de Mentiras” tiene como objetivo hacerle frente a la posverdad en esa nación y combatir las falsedades utilizadas por los políticos. Esta fue la plataforma que midió la elección presidencial -que ganó Iván Duque Márquez- mediante la revisión de discursos, declaraciones y textos publicados por cada candidato para ponderar su palabra.

Además de observar la campaña de Duque Márquez, candidato de la “Gran Alianza por Colombia”, el exhaustivo trabajo dio seguimiento a Gustavo Petro Hurrego, de “Colombia Humana”; a Germán Vargas Lleras, del movimiento “Mejor Vargas Lleras”; a Humberto De la Calle, del Partido Liberal; y a Sergio Fajardo, de la “Coalición Colombiana”. Ninguno se salvó. En su portal, La Silla Vacía comparte la metodología empleada desde 2014 en este singular ejercicio periodístico.

En Brasil varias agencias se dieron a la tarea de revisar las afirmaciones y los datos vertidos durante el proceso electoral: Aos Fatos, Agência Lupa, Boatos. org, Comprova, e-Farsas, Estadão Verifica y Truco/ Agência Pública dejaron constancia del avance que la posverdad ha alcanzado en dicho país. Las dos primeras usaron herramientas proporcionadas por Facebook para detectar noticias falsas en esa red. No obstante, la revisión de memes, folletos, fotografías y videos potencialmente falsos también fue monitoreada en Twitter y WhatsApp.

La periodista cubana Rosa Miriam Elizalde detalló algunos de estos hallazgos a través de la plataforma “Desbloqueando Cuba” en donde señala que quien haya seguido de cerca las elecciones brasileñas encontrará cientos de evidencias por las cuales se confirma que, detrás de la retórica antisistema y la aparente torpeza en el uso de las herramientas digitales que proyectó Bolsonaro durante la campaña, hubo un diseño de laboratorio y expertos.

“Al evaluar el grado de veracidad de 50 imágenes repetidas en 347 grupos públicos que circularon en WhatsApp entre el 16 de agosto y el 7 de octubre, durante la primera vuelta de las presidenciales, los investigadores encontraron que sólo cuatro imágenes eran comprobadamente verdaderas. Pero en esos grupos, 18 mil 88 usuarios postearon 846 mil 905 mensajes; 107 mil 256 eran imágenes”, subrayó.

En México el monitoreo de mentiras en la campaña presidencial que llevó al triunfo a Andrés Manuel López Obrador fue realizado, de manera sistemática, a través de un proyecto colaborativo llamado Verificado 2018, a cuya convocatoria se sumaron casi 80 participantes, entre medios de comunicación, organizaciones sociales y universidades.

En su portal, esta iniciativa habilitó una sección de “noticias falsas” en la que se fueron consignando contenidos falsificados, vertidos durante las campañas mediante fotografías divulgadas fuera de contexto, declaraciones inventadas, comunicados y boletines apócrifos, encuestas a modo y en general información ficticia o distorsionada. Ésta ha sido la primera ocasión que en México se documentan y exhiben de manera sistematizada las mentiras articuladas con propósitos político-electorales.

Este proyecto se sostuvo durante cuatro meses, en los cuales la iniciativa buscó combatir noticias falsas, revisar el discurso de los candidatos (presidenciales, pero también a otros cargos de elección) y a generar contenido que pudiera servir para comprender las diferentes etapas del proceso. También en México, debido a Verificado 2018, se pudo documentar que prácticamente todos los aspirantes a la presidencia de la república (Andrés Manuel López Obrador, Ricardo Anaya Cortés, José Antonio Meade Kuribreña, Jaime Heliodoro Rodríguez Calderón alias “El Bronco” y Margarita Zavala Gómez del Campo) usaron contenidos parciales o completamente falsos con propósitos de proselitismo pero también para desprestigiar a sus adversarios.

Esta dinámica creciente de lo que se ha dado en llamar la posverdad -dentro de la política- tiene un contexto global y también se ha estado midiendo a través de ejercicios periodísticos o académicos.

En Estados Unidos, desde principios de este siglo, la prensa ha impulsado acciones para verificar la verdad política. En 2007 el diario The Washington Postimplementó el programa The Fact Checker, que en la actualidad ha permitido monitorear discursivamente al presidente Donald Trump y con ello documentar la persistente tendencia a distorsionar la verdad o a mentir abiertamente tanto en sus actos públicos, como en sus mensajes a la nación y particularmente en su cuenta de Twitter. De esta forma es que durante los primeros 558 días de su gobierno se le contabilizaron 4 mil 229 declaraciones falsas, lo cual dio un promedio diario de 7.6 afirmaciones engañosas o falsas.

DISTINGUIR LA VERDAD

La manipulación de la información política y electoral es apenas un indicador de este creciente fenómeno social y cultural que replantea principios de convivencia ordinaria, al incorporar procesos estructurados para dimensionar verdades que no lo son del todo, aunque así sean presentadas. Las redes sociales todos los días ofrecen miles de casos al respecto, vinculados a la vida cotidiana.

Esta es una de las razones por las que la posverdad adquirió valor. ¿Qué significa, si no, la incorporación de secciones especificas en los noticieros y en medios impresos o digitales, para alertar sobre las “fake news”?

Sin duda, la verdad está perdiendo su valor utilitario. Por sí misma hoy ya no es garantía de certidumbre. El valor de la palabra está desgastado. Es insuficiente para creer en ella. Si las cosas evidentes no necesariamente resultan verdaderas, mucho menos las que se plantean desde la abstracción. Se banalizó el concepto. No sólo porque todos queremos tener la verdad de nuestro lado sino, también, porque es fácil conseguirla o destruirla.

Tal singularidad es otra de las expresiones del reacomodo conceptual que la globalización está replanteando, pues en todo el mundo emergen actores que aseguran poseer la evidencia -su evidencia- y por lo tanto la verdad única. Es memorable la expresión de un exprocurador cuando afirmó contar con la “verdad histórica” en torno a la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, pero también el hecho contundente de que pocos o casi nadie le creyó.

La globalización ha facilitado los flujos de verdades emergentes, algunas genuinamente proyectadas pero otras abiertamente construidas con propósitos de dominio o acceso al poder. La profesora italiana Franca D’Agostini hacía notar hace tiempo cómo la mentira se multiplicaba mientras que la verdad era única. Hoy esa afirmación es anacrónica porque lo que abunda es la verdad, y dentro de ella las falsas verdades. Definitivamente la eclosión del término “verdad” abre un fuerte desafío al liberalismo y en general a la globalización.

En un ensayo de lectura obligada, el investigador Michael P. Lynch dijo que la verdad se parece menos al dinero que al amor: “es objetiva en su existencia, subjetiva en su apreciación y capaz de existir de más de una forma”. Convencido de que es necesario buscarla, el autor de “La importancia de la verdad” explica que parte de su valor social radica en distinguir entre lo que sucede y lo que, quienes ostentan el poder, creen que sucede.

El pasado 2018 ha sido un año decisivo para alertarnos respecto de la no verdad que se presenta como verdad. Parece broma, pero lo cierto es que ese concepto ha perdido fuerza como expresión de confianza.

Y confianza es lo que hace falta no sólo en México sino en toda la región. Queda para el periodismo la necesidad de comprender, desde una prospectiva sensata, que defender la verdad en la política y frente al poder significa, también, defender la esencia de su trabajo. Sin verdad, sencillamente, tampoco hay lugar ni justificación para nuestra actividad.

*Director de Noticias y Contenidos de Grupo Imagen

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