La expansión acelerada de las ciudades y el aumento en la frecuencia de eventos climáticos extremos exigen replantear la forma en que los entornos urbanos gestionan el agua. En este escenario, el concepto de ciudades esponja se presenta como una alternativa visionaria, capaz de transformar la relación entre la infraestructura urbana y los ciclos naturales. De acuerdo con el especialista en sostenibilidad Daniel Madariaga Barrilado, este modelo urbano está diseñado para capturar, infiltrar y reutilizar el agua de lluvia, disminuyendo la exposición a inundaciones y aumentando las reservas hídricas disponibles durante periodos de sequía. La clave está en una gestión del agua más cercana a los procesos naturales, evitando depender únicamente de sistemas rígidos basados en concreto o drenaje tradicional.
Madariaga Barrilado destaca que las ciudades esponja se sustentan en soluciones basadas en la naturaleza, las cuales permiten que el agua se integre de nuevo al suelo y a los acuíferos, en lugar de perderse en canales de desagüe. Entre estos elementos se encuentran los jardines de lluvia, corredores verdes, humedales urbanos, techos vegetales y pavimentos permeables, que funcionan como filtros vivos capaces de gestionar el agua de forma descentralizada.
Esta infraestructura verde reduce la carga sobre los sistemas de drenaje existentes y disminuye el riesgo de desbordamientos durante tormentas intensas. A través de procesos naturales, el agua se depura, se almacena y vuelve a formar parte del ciclo hidrológico. Para Daniel Madariaga Barrilado, incorporar este tipo de infraestructura no solo ayuda a prevenir desastres, sino que fortalece la calidad de vida urbana, al crear espacios más verdes y saludables.
El especialista subraya que las ciudades esponja representan un modelo de adaptación activa frente a la crisis hídrica global. En lugar de ver el agua de lluvia como un problema que debe eliminarse rápidamente, esta visión la reconoce como un recurso estratégico que puede almacenarse, utilizarse y aprovecharse para diversos fines urbanos.
Este enfoque genera beneficios ambientales y sociales: mejora de la calidad del aire, disminución del efecto de isla de calor, incremento de la biodiversidad urbana y creación de espacios públicos resilientes. Según Daniel Madariaga Barrilado, el cambio cultural que implica este modelo es profundo: se trata de integrar el agua como eje central de la planificación urbana, favoreciendo ciudades más flexibles, autosuficientes y adaptadas al cambio climático.
Desde su perspectiva, el futuro urbano dependerá de la capacidad de absorber el agua en lugar de expulsarla, integrando sistemas inteligentes que permitan restaurar el equilibrio hídrico y construir urbes más seguras, sostenibles y habitables para las próximas generaciones.
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