La trampa de los debates

La trampa de los debates

Columna publicada por Excélsior

POR IGNACIO ANAYA

Ciudad de México, 7 Mayo.- Mientras la pasión por la sucesión presidencial se desborda, el Instituto Nacional Electoral se asume como un distante observador, en tanto evita orientar dentro del Estado de derecho la abierta y descarnada lucha por el poder, que cada día se radicaliza.

Hay que decirlo: el INE no está haciendo esfuerzo alguno por contener el extremismo al que han llegado las campañas, ni siquiera frente a quienes usan los tiempos oficiales de radio y televisión con la finalidad de denostar adversarios en lugar de compartir su plataforma electoral. Conforme pasan los días se alimentan los nubarrones de una tormenta que en el INE se resisten a reconocer. Y es que el árbitro electoral se equivoca al permitir que el millonario presupuesto electoral se use para todo menos para orientar el desarrollo de la vida democrática. Ni los mítines ni los millonarios spots en radio y televisión, pero tampoco los debates están contribuyendo a dar certeza a la votación del próximo domingo 1 de julio.

Más que candidatos, están disputando el poder políticos que son enemigos, que se odian secundados por sus equipos de campaña en sus respectivos frentes de guerra. ¿Lucha democrática? Para nada. Ésta sólo podría invocarse si estuviéramos observando confrontación de proyectos para la nación, para su desarrollo, para el bienestar de toda la población, para enfrentar la inseguridad. Nada de eso. Lo que vemos es otra cosa: una lucha descarnada por el poder en donde las reglas han desaparecido, sin que a los consejeros electorales les ocupe.

El mejor ejemplo de esta erosión son los debates formales y colaterales que se están realizando para renovar al titular del Poder Ejecutivo, la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México y varias gubernaturas. La mayoría de los candidatos van dispuestos a golpear y descalificar contendientes. El pasado 22 de abril eso fue lo que presenciamos cuando los cinco candidatos presidenciales convirtieron un ejercicio teóricamente democrático en un verdadero circo mediático. La verdad es que todos se prepararon para atacar o defenderse, sin darle prioridad a la presentación y confrontación de sus planes de gobierno, es decir, la razón por la cual están buscando el sufragio.

De acuerdo al Reglamento de Elecciones del INE, éstos “son actos públicos en los que participan candidatas y candidatos a un mismo cargo de elección popular con el objeto de exponer y confrontar entre sí sus propuestas, planteamientos y plataformas electorales, a fin de difundirlos como parte de un ejercicio democrático”. El reglamento también señala que estos encuentros “generarán información pública y por tanto información plural y oportuna” para garantizar que “las propuestas, planteamientos y plataformas electorales de las y los candidatos a la Presidencia de los Estados Unidos Mexicanos sean públicas”.

En el papel lo anterior se lee muy bien, pero ¿recuerda usted las propuestas, planteamientos y plataformas de los cinco candidatos durante el primer debate del pasado 22 de abril? No podrá hacerlo porque ese encuentro se centró en la descalificación y acusación por consigna. De hecho los llamados post debates y los debates paralelos que se realizan entre coordinadores de campaña o representantes en algunos medios de comunicación siguen la misma tónica: la descalificación.

En el actual proceso electoral los debates se han convertido en extensión de la guerra sucia pagada con recursos públicos y visto bueno de la autoridad electoral, como si no existieran otras formas de disputar el poder. ¿Será que ni los partidos políticos ni los consejeros electorales han encontrado una fórmula que lleve al país hacia una disputa civilizada por el poder? Estas observaciones hay que ponderarlas en el contexto de violencia criminal, que incluye el homicidio de candidatos y de autoridades municipales. Si México vive un entorno de violencia poco favor le hace su clase política al disputar los cargos de elección por el mismo principio.

El problema de fondo es que los debates no han construido principios de respeto. Desde un inicio se debate para denostar. El primero ejemplo de esta confrontación electoral se realizó el 12 de mayo de 1994, organizado por la Cámara de la Industria de la Radio y la Televisión, entre los candidatos presidenciales Ernesto Zedillo Ponce de León, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y Diego Fernández de Cevallos, que también se descalificaron entre ellos.

Seis años después la CIRT volvió a encargarse de su factura y fue hasta 2006 cuando intervino el Instituto Federal Electoral, antecedente del INE.

La necesidad de confrontar a los candidatos para que entre ellos se digan lo que se tengan que decir en función de sus aspiraciones políticas ha derivado, al paso del tiempo, en un espectáculo donde el que tenga mayores habilidades oratorias buscará lucirse a costa de los demás, no de su programa de gobierno sino de esa capacidad de buen tribuno. Hasta el momento lejos está de visualizarse un formato que permita la comunicación civilizada entre quienes buscan el poder, al menos para que se escuchen. Al INE no le apura alcanzar ese formato, a pesar de tanto dinero invertido. Si los candidatos continúan sembrando odios la democracia mexicana seguirá en pañales.

Habrá elecciones, habrá ganadores. Solo eso. Bueno, también un millonario presupuesto desperdiciado.

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