Cada 28 de mayo se conmemora el Día Internacional de Acción por la Salud de las Mujeres. Esta fecha visibiliza las desigualdades que persisten en la atención médica hacia las mujeres. A pesar de los avances, millones siguen siendo ignoradas, mal diagnosticadas o incluso manipuladas en sus consultas médicas. La fecha busca mejorar la atención e investigación sobre los cuerpos femeninos en la medicina.
Para muchas, especialmente aquellas que sufren enfermedades crónicas como endometriosis o vulvodinia, buscar atención médica se convierte en un calvario. Más que soluciones, encuentran escepticismo, negligencia y hasta burlas.
La endometriosis y la vulvodinia afectan a 1 de cada 10 mujeres en Estados Unidos. Estas condiciones causan dolores intensos y constantes, a tal grado que actividades como usar ropa interior o caminar pueden resultar insoportables. El sexo o los exámenes ginecológicos se vuelven tortura.
Sin embargo, muchas veces, las pacientes reciben diagnósticos equivocados. Un estudio de 2024 encontró que al 45 % de quienes acudieron por dolor vulvovaginal se les dijo que solo necesitaban relajarse. El 39 % fue tratado como si estuviera loca y más de la mitad consideró dejar de buscar atención médica por completo.
Este tipo de respuesta no es nuevo. Durante siglos, el dolor de las mujeres se ha atribuido a causas psicológicas. El concepto de la “histeria” femenina sigue afectando la forma en que se valora el dolor.
La manipulación médica o “gaslighting” médico ocurre cuando los síntomas de una paciente son minimizados, malinterpretados o directamente descartados. Esta práctica tiene raíces profundas en el sexismo histórico de la medicina.
Los psicoanalistas freudianos, por ejemplo, atribuían el dolor sexual femenino a traumas o conflictos psicológicos, ignorando por completo causas físicas reales. Aunque hoy se sabe más sobre estas condiciones, el prejuicio persiste en consultorios de todo el mundo.
Las consecuencias son devastadoras: ansiedad, depresión, estrés postraumático y un alejamiento del sistema de salud. Las mujeres llegan a dudar de su propio cuerpo. La frase «quizá estoy exagerando» se vuelve recurrente.
Parte del problema es estructural. La investigación médica históricamente ha excluido a las mujeres. Un informe de enero reveló que las enfermedades que las afectan en mayor medida reciben menos fondos que aquellas más comunes en hombres.
Aún más preocupante: la financiación de los Institutos Nacionales de Salud (NIH) para temas de salud femenina ha disminuido en la última década. En 2020, la administración Trump incluso amenazó con cerrar la Women’s Health Initiative, un programa clave en esta materia.
Sin apoyo financiero, condiciones como la endometriosis o la vulvodinia seguirán sin respuestas ni tratamientos efectivos. La ignorancia médica no es accidental, es resultado directo de estas omisiones.
Las mujeres negras, latinas o de bajos recursos enfrentan aún más obstáculos. Un estudio de 2016 mostró que muchos estudiantes de medicina blancos creen falsedades sobre diferencias biológicas raciales, como que las personas negras sienten menos dolor.
Estas ideas falsas llevan a diagnósticos erróneos y tratamientos inadecuados. A las mujeres negras se les prescribe menos analgésicos, se les ofrece atención psicológica en lugar de tratamientos físicos y se retrasa su diagnóstico. Las cifras lo confirman: la mortalidad materna entre mujeres negras es hasta tres veces mayor que entre las blancas.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) señala que el género tiene un impacto profundo en la salud. Factores socioculturales como el acceso limitado a educación, pobreza, violencia y estereotipos afectan directamente el bienestar de las mujeres.
Cada 28 de mayo, organizaciones feministas y de salud alzan la voz para exigir una transformación. Se necesita una visión integral que aborde desde enfermedades crónicas hasta salud mental, desde condiciones reproductivas hasta desigualdades estructurales.
La asesora de género de la OPS, Aysa Saleh-Ramírez, destaca que una mujer sana tiene más oportunidades de empleo, ingresos y movilidad social. La salud no es solo un tema médico, sino de justicia social.
Abordar el gaslighting médico requiere acciones concretas. Primero, los planes de estudio médicos deben incluir formación sobre dolor crónico en mujeres y sesgos inconscientes. Los profesionales deben aprender a escuchar, a admitir cuando no saben y a valorar las experiencias de sus pacientes.
Además, es clave fomentar la investigación en salud femenina. La ciencia no puede seguir ignorando a la mitad de la población.
Mientras tanto, las pacientes pueden informarse mediante recursos confiables. Libros como When Sex Hurts o sitios de la Sociedad Internacional para el Estudio de la Salud Sexual de la Mujer ofrecen información útil. También existen organizaciones como la Asociación de Endometriosis y la Asociación Nacional de Vulvodinia, que conectan a pacientes con especialistas y redes de apoyo.
Iniciativas como Tight Lipped, un grupo de apoyo y activismo, permiten a las pacientes compartir sus historias y trabajar por un cambio real.
La medicina debe dejar de tratar el dolor de las mujeres como una exageración o una invención. Las historias de pacientes que, tras años de sufrimiento, encuentran alivio y validación, nos muestran que otra atención médica es posible.
Escuchar, investigar y actuar son pasos urgentes para acabar con la negligencia médica. No se trata de casos aislados, sino de una crisis sistemática que exige soluciones.
Porque toda mujer merece ser escuchada. Toda mujer merece ser tratada con dignidad. Y toda mujer merece vivir sin dolor innecesario.
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