El crecimiento urbano avanza a un ritmo vertiginoso, y con él surge una pregunta inevitable: ¿cómo mantener la identidad de los lugares donde habitamos? En San Miguel de Allende, Pueblo Mágico y Patrimonio Mundial, esta cuestión se vuelve especialmente relevante, pues la riqueza arquitectónica, el legado cultural y el carácter de su gente se ven hoy transformados por el auge inmobiliario.
La ciudad no solo destaca por su traza colonial, sus tonos terrosos o su atmósfera atemporal. También ha sido, por décadas, un espacio de creación artística y un punto de encuentro cultural. Sin embargo, la expansión reciente ha traído consigo un riesgo latente: la homogeneización. Muchos desarrollos reproducen modelos prefabricados, con estilos arquitectónicos ajenos al Bajío, dejando atrás los materiales, técnicas y códigos que dan forma a la identidad sanmiguelense.
San Miguel de Allende frente al auge inmobiliario
Desde que la UNESCO la reconoció como Patrimonio Mundial en 2008, San Miguel ha vivido un crecimiento inmobiliario sin precedente. De acuerdo con la Asociación Mexicana de Profesionales Inmobiliarios (AMPI), entre 2019 y 2024 la oferta residencial en zonas periféricas aumentó más de 40 %, incluso en áreas que hasta hace poco eran agrícolas o artesanales. Este proceso, en muchos casos, ha priorizado la velocidad de construcción sobre la integración al entorno, sustituyendo materiales tradicionales por acabados industriales y debilitando la vida comunitaria.
La importancia de habitar con identidad en un Pueblo Mágico
En respuesta a este escenario surge Artesanto, un proyecto que propone otra mirada. Lejos de imponer un modelo foráneo, busca dialogar con la historia y el territorio de San Miguel. Su propuesta se basa en una arquitectura contemporánea que respeta las técnicas constructivas tradicionales, utiliza materiales de la región y apuesta por la colaboración con manos locales.
Más que un desarrollo inmobiliario, Artesanto plantea una manera distinta de entender el habitar: no se trata únicamente de adquirir una propiedad, sino de pertenecer a un lugar. Su visión invita a valorar lo simbólico, lo que permanece cuando las modas cambian. Habitar con identidad significa renunciar a lo genérico para abrazar lo singular. En ese sentido, el verdadero lujo no se mide en acabados, sino en el alma del espacio que se habita.
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