¿Cómo dar vida a un pueblo que nunca existió? Ese fue el desafío que enfrentó el equipo de producción de la esperada adaptación de Netflix de Cien Años de Soledad, la icónica novela de Gabriel García Márquez. Escrita en 1967, esta obra maestra del realismo mágico sigue a la familia Buendía a lo largo de siete generaciones en su tierra natal, Macondo. Ahora, esta historia cobrará vida en la pantalla chica con un estreno programado para el 11 de diciembre.
El reto no era menor. Desde la icónica escena inicial, en la que el coronel Aureliano Buendía enfrenta a un pelotón de fusilamiento, hasta los eventos sobrenaturales que tejen la narrativa, la adaptación debía capturar tanto el encanto onírico como los aspectos más crudos de la historia colombiana.
Macondo no figura en ningún mapa, pero ha vivido en la imaginación de lectores por décadas. Para darle forma, la producción de Netflix optó por rodar completamente en Colombia, recreando tres versiones del pueblo: el asentamiento original con chozas de barro y bambú, el Macondo próspero con casas de palma y caminos de tierra, y, finalmente, la ciudad en auge con elegantes edificios de varios pisos.
Según la diseñadora de producción Bárbara Enríquez, conocida por su trabajo en Roma, el objetivo era construir un escenario histórico rigurosamente realista que permitiera insertar elementos mágicos de manera orgánica. Por ejemplo, el libro de pergamino escrito por Melquíades en sánscrito fue creado con la ayuda de un calígrafo y un traductor especializado, mientras que el primer bloque de hielo visto en Macondo se recreó como un objeto real para capturar reacciones genuinas de los actores.
“El realismo mágico es simplemente la realidad donde ocurren cosas extraordinarias,” explica Enríquez. “Queríamos que cada objeto tuviera un impacto visual y emocional.”
En el corazón de Macondo se encuentra la casa de los Buendía, un hogar que cambia con el tiempo y refleja el estado de ánimo de la familia. La diseñadora describe a la casa como “un Buendía más”, que se transforma con los eventos: luminosa y vibrante cuando Úrsula está feliz, oscura y desgastada durante las guerras.
El equipo colaboró con artesanos locales para crear piezas auténticas que llenaran de vida el set. Desde hamacas tejidas por la comunidad Chimila hasta muebles antiguos y cestas elaboradas por los indígenas Zenú, cada detalle está impregnado de historia y autenticidad.
La diseñadora de vestuario Catherine Rodríguez también tuvo el desafío de vestir a Macondo. Basándose en registros históricos y acuarelas del periodo, creó atuendos que reflejan la evolución del pueblo y sus personajes. Al principio, los colonos visten telas de tonos tierra y prendas funcionales, mientras que las generaciones posteriores lucen vestidos florales y trajes de hombre a medida, influenciados por los visitantes que traen nuevas modas.
Un ejemplo destacable es la evolución de los personajes de Rebeca y Amaranta, cuyas vestimentas pasan de inocentes tonos pálidos a patrones elegantes que reflejan sus complejas personalidades y rivalidades.
Con la participación de los hijos de García Márquez como productores ejecutivos, esta adaptación busca ser fiel al espíritu de la novela mientras introduce a nuevas audiencias a su riqueza narrativa. Para Enríquez, este proyecto es una carta de amor al libro y una invitación para que más personas lo descubran o lo redescubran.
“Espero que esta serie inspire a la gente a leer o releer Cien Años de Soledad,” dice. “Es un honor haber contribuido a darle vida a Macondo.”
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