En Amealco de Bonfil, Querétaro, cada martes es un día de fiesta gastronómica. Este pueblo conserva la tradición ancestral de preparar mole de guajolote. La experiencia se completa con pulque y música norteña, generando un ritual de sabor, cultura y convivencia.
El mole de guajolote es el protagonista de las cocinas de Amealco. En las fondas se prepara mole rojo y verde, pero el rojo es el favorito. Se elabora con chiles secos como guajillo y ancho, especias, semillas tostadas, chocolate y tortilla quemada.
La preparación es lenta. Los ingredientes se cuecen en cazuelas de barro, liberando aromas intensos. La carne de guajolote de rancho distingue este mole. Su textura firme y sabor fuerte lo convierten en un platillo inigualable. Se sirve con tortillas hechas a mano, elaboradas con maíz criollo de colores azulados, morados y amarillos.
Además, es común acompañarlo con mezcal o pulque. Estas bebidas forman parte de la vida diaria en la región, reforzando la experiencia de conexión con la tierra.
Uno de los lugares más recomendados es “El Chamizal”. Aquí preparan mole rojo y verde con carne de guajolote los martes. También sirven barbacoa de borrego y música para bailar, creando un ambiente alegre y festivo.
“Barbacoa y Mole San Miguel” y “Mamá Lulú” son otras opciones muy recomendadas. Sus recetas mantienen la sazón auténtica de Amealco, ofreciendo mole, barbacoa, consomé, montalayo y gorditas de piloncillo.
Sin embargo, el lugar más tradicional es La Tenencia. Este negocio inició hace 55 años como pulquería. Con el tiempo, se convirtió en un sitio para comer mole de guajolote y barbacoa. Ubicado a cinco kilómetros de Amealco, en Michoacán, es famoso por la música norteña en vivo que anima a los comensales a bailar.
Cada martes, La Tenencia se llena de clientes que llegan desde Querétaro y el Estado de México. El dueño, Salvador Alcántar, orgulloso molero, prepara mole rojo en enormes cazuelas de barro. También sirve barbacoa y tortillas hechas a mano, cocinadas en comal con leña traída en burro.
La tradición comenzó con su padre, quien vendía pulque y después integró el mole. Ahora, Salvador continúa la herencia familiar con ayuda de diez personas que cocinan, sirven y preparan tortillas. Cada martes venden alrededor de diez guajolotes. Todo se acaba temprano.
“Soy molero, de eso vivo y seguiré viviendo hasta que pueda”, dice Salvador. Lamenta que sus hijos no quieran continuar con el negocio, pues prefieren estudiar una carrera profesional. Sin embargo, cada martes recibe a clientes fieles que buscan mole, pulque y el ambiente único de música norteña.
El mole de guajolote es una de las recetas más antiguas de México. Su origen se remonta a las culturas prehispánicas. Los pueblos nahuas lo llamaban mulli, un platillo que mezclaba chiles, semillas y jitomate. Era ofrenda para los dioses y se comía en festividades.
Con el tiempo, la receta se enriqueció con ingredientes como el chocolate. Sin embargo, su esencia sigue viva. El guajolote era la carne principal en el mole prehispánico, aunque hoy se sustituye por pollo en muchos lugares. Aun así, en pueblos como Amealco se mantiene la preparación original.
La receta tradicional incluye guajolote, chiles mulato, ancho y pasilla, almendras, pasas, pimienta, clavo, canela, chocolate y tortilla quemada. Los chiles se remojan con sal una noche antes. Se limpian y tuestan, igual que las semillas y el bolillo.
El guajolote se cuece con cebolla y ajo. Los ingredientes se muelen y fríen en manteca. Se agrega chocolate y se cocina hasta obtener la consistencia deseada. Finalmente, se integra la carne de guajolote y se sazona con azúcar y sal. El plato se sirve adornado con ajonjolí tostado.
El mole de guajolote es un testimonio vivo de las tradiciones mesoamericanas. Representa historia, cultura y sabor. Además, es un símbolo de identidad para Amealco y sus comunidades.
Visitar Amealco un martes es una experiencia única. Comer mole de guajolote con pulque y bailar al ritmo de música norteña crea un ambiente festivo y familiar. Las cazuelas de barro, las tortillas de maíz criollo y la calidez de su gente conservan esta tradición viva.
El mole de guajolote no solo es un platillo. Es una conexión con las raíces, un recordatorio de la riqueza cultural de México y un patrimonio gastronómico que debe valorarse y protegerse.
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