A partir de los 40 años, el cuerpo cambia de manera natural. La fuerza disminuye, la grasa abdominal aumenta y los huesos se debilitan. Sin embargo, la ciencia indica que el ejercicio regular y una nutrición equilibrada son las claves de salud que pueden revertir parcialmente estos procesos, prolongando la vida activa y saludable.
Estas décadas de la vida son cruciales para prevenir enfermedades crónicas y mantener la autonomía. Con pequeños ajustes en actividad física y alimentación, es posible fortalecer músculos y huesos, proteger el corazón y mejorar la calidad de vida presente y futura.
Desde los cuarenta años, el metabolismo basal disminuye entre un 2% y un 5% por década. Este cambio provoca un aumento de peso y acumulación de grasa abdominal. Además, se pierden fibras musculares tipo II, responsables de la potencia y la velocidad.
En mujeres, la etapa perimenopáusica agrava estos efectos debido a la baja de estrógenos. Esta caída acelera la pérdida de masa ósea y muscular. Según estudios del National Institute on Aging (NIA), el entrenamiento con cargas moderadas puede aumentar la densidad ósea entre un 1% y un 3% anual en mujeres de mediana edad.
El ejercicio de fuerza estimula la síntesis de proteínas musculares, mientras que el ejercicio aeróbico mejora la capacidad cardiorrespiratoria y la sensibilidad a la insulina. Investigaciones de la Mayo Clinic señalan que la actividad aeróbica intensa incluso puede revertir procesos celulares asociados al envejecimiento, como el deterioro mitocondrial.
Hombres y mujeres tienen necesidades diferentes al entrenar. Los hombres tienden a la hipertrofia muscular, por lo que se benefician de ejercicios que integren fuerza y potencia, como sentadillas con salto o press de banca.
En el caso de las mujeres, es clave integrar ejercicios de impacto moderado, como caminatas rápidas o step, junto con entrenamiento de fuerza progresivo. Estas rutinas ayudan a preservar la densidad ósea y previenen la osteoporosis.
Ambos sexos deben incluir ejercicios de equilibrio, como tai chi o posturas sobre un pie, para prevenir caídas. El riesgo de fracturas y pérdida de autonomía aumenta notablemente a partir de los cincuenta años, por lo que el entrenamiento funcional es fundamental.
No es necesario inscribirse en un gimnasio para mantenerse activo. El American College of Sports Medicine validó una rutina de siete minutos que consiste en doce ejercicios realizados por treinta segundos, con diez segundos de descanso. Se puede adaptar para priorizar fuerza, movilidad o cardio según el día.
En casa, se pueden usar garrafones de cinco o diez kilos para sentadillas y press de hombros. Para cardio, el salto de cuerda sin cuerda durante veinte minutos o subir escalones en tres series de quince repeticiones son opciones efectivas. Las planchas, burpees y zancadas también fortalecen todo el cuerpo en sesiones de 25 a 30 minutos, tres veces por semana.
En exteriores, las caminatas en terrenos irregulares, el ciclismo a intervalos y los parques con barras para ejercicios calisténicos ofrecen variedad y contacto con la naturaleza. Las subidas explosivas en escaleras públicas mejoran la fuerza y la capacidad cardiovascular al mismo tiempo.
La actividad física constante beneficia distintos sistemas del cuerpo:
Cardiovascular: reduce la presión arterial sistólica entre cinco y siete mmHg y eleva el colesterol HDL hasta un 10%.
Músculo-esquelético: incrementa la densidad ósea en cadera y columna entre un 1% y un 3% anual, reduciendo un 40% el riesgo de fracturas por fragilidad.
Metabólico: mejora la sensibilidad a la insulina entre un 30% y un 50%, disminuyendo el riesgo de diabetes tipo 2.
Cognitivo y emocional: reduce los síntomas depresivos hasta en un 30% y mejora la memoria y concentración en adultos que cumplen los 150 minutos semanales de actividad aeróbica recomendados por la OMS.
La alimentación es esencial para conservar masa muscular y prevenir enfermedades crónicas. El National Institute of Diabetes and Digestive and Kidney Diseases (NIDDK) recomienda consumir entre 1,2 y 1,6 gramos de proteínas por kilogramo de peso corporal al día, provenientes de pollo, pescado azul y legumbres.
Los carbohidratos deben aportar entre el 45% y el 50% del total calórico diario, priorizando cereales integrales y fibra soluble. Las grasas, entre el 30% y el 35%, deben ser principalmente monoinsaturadas, como las del aguacate y el aceite de oliva.
No deben faltar la vitamina D (800 a 1.000 UI diarias), el calcio (1.200 mg diarios) y antioxidantes presentes en frutos rojos y verduras crucíferas. También es vital mantener una buena hidratación. La sensación de sed disminuye con la edad, por lo que se recomienda beber 35 ml de líquidos por kilo de peso al día.
Ejercicio y nutrición funcionan mejor como parte de un estilo de vida integral. Dormir siete u ocho horas diarias favorece la producción de hormonas como la testosterona y la hormona de crecimiento, esenciales para la recuperación muscular.
Practicar mindfulness diez minutos al día reduce los niveles de cortisol, hormona que favorece el almacenamiento de grasa abdominal. Limitar el alcohol a una unidad diaria y eliminar el tabaco también potencian los beneficios del ejercicio y la dieta.
Quienes tienen osteoartritis pueden reemplazar ejercicios de alto impacto por bicicleta acuática o elíptica. También es recomendable fortalecer el cuádriceps con ejercicios excéntricos.
Para personas con hipertensión, los entrenamientos isométricos de agarre al 30% de la fuerza máxima voluntaria, cuatro series de dos minutos, reducen la presión arterial en niveles similares a los medicamentos.
La ciencia es clara: combinar ejercicio regular con una alimentación adecuada después de los cuarenta años puede revertir parcialmente los marcadores del envejecimiento y prolongar la vida funcional. Personalizar rutinas, adoptar hábitos saludables y adaptarse a las capacidades individuales son estrategias clave para conservar la independencia y la calidad de vida en la mediana edad y la vejez.
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